Los años que vendrán

Entro al boliche unos minutos antes de la hora indicada. Hay poca gente. Tuve que preguntar varias veces para que me ubiquen geográficamente y así poder encontrarlo. No es como me lo imaginaba. Nada es como me lo imaginaba si estoy en Santa Fe y corre octubre de 1969. Inclusive los colores. Estoy maravillado con descubrir que la vida en este 1969 también está rebalsada de color. Tantas fotos en blanco y negro en mi retina tienen la culpa de mi incredulidad.


El boliche se llama Kasbah.

Me acomodo en un costado oscuro en donde pueda tener una visión amplia del lugar. No cuentan los celulares acá para poder filmar el momento. Debo animarme a confiar en mi memoria y dejar que ella se ocupe de abrazarme para poder absorber cada segundo de lo que está por suceder.


Entra él. Se le notan los 21 años, los irradia. Se va para la barra pucho en mano. A los pocos minutos, entra ella junto con un grupo de amigas. Ella no sabe que yo sé que es su primera vez en ese boliche. Aprieto conjuntamente “rec + play” en mi obsoleta memoria. Tengo que grabarme este momento.

El estudiante de abogacía de 21 años la descubre. Se da cuenta de que ella está saludando a un conocido de él y de que ese conocido ahora se está acercado hacia la barra. Lo intercepta, quiere saber quién es esa rubia.

Ella se acomoda en los sillones que están cerca de la entrada, de espalda a la barra. Una de sus amigas, sigue con la mirada el trayecto que hace el conocido y ve cómo se saluda con el estudiante de abogacía de 21 años. De pronto, ambos miran al unísono para donde están ellas sentadas.

Atenti acá.

Me levanto de mi rincón oscuro y me acerco sigiloso hacia el lugar de los hechos. Necesito verle la cara a ella antes de que mi destartalada memoria haga saltar el “stop” en la grabación.

Su amiga recibe las miradas que llegan de la barra. Se da cuenta de que no son para ella sino para la rubia de pelo lacio y largo que está de espaldas. Se lo hace saber. La rubia de 19 años está cargada de simpleza y modestia. No tiene ego para hacerse cargo ni tampoco puede dominar su hermosura. Se le agrandan los ojos a su amiga. A mí también. El estudiante de abogacía de 21 años, cual barrilete cósmico, está encarando decidido hacia donde están ellas. Me regocijo por tener los años suficientes para saber lo que se siente en esa situación, por haberla vivido muchas veces en mi adolescencia. Dejar los nervios a un lado para penetrar en territorio incierto donde siempre duele la vergüenza si el regreso es con las manos vacías. Ahí va el estudiante de abogacía de 21 años.

Me apuro por llegar también yo. Quiero escucharlos. Es el último esfuerzo que le pido a mi memoria.  A esta altura de los hechos, sé que el lugar va teniendo reminiscencias de un altar. Va a suceder una pregunta y de la respuesta dependerán todos los años que vendrán.

Escucho a la amiga de la rubia de 19 años decirle que está viniendo a sacarla a bailar. La rubia de 19 años sigue de espaldas a la situación, sigue sin tener ego para hacerse cargo ni firmeza para dominar su hermosura. El estudiante de abogacía de 21 años ya no tiene tiempo para abortar, es un barrilete cósmico atropellando con coraje sus propios miedos.

Es aquí y ahora.

Aunque hayan pasado 50 años.

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