Lo tengo tan cerca mío que me doy cuenta de que siento algo muy familiar en este grito que perfora la dureza del cemento.
El azar nos ha hecho contemporáneos.
Quizá, si la vergüenza no fuera tan ruda, le habría pedido al azar algunos años más de recorrido para poder absorber en primera persona todo lo que después me enseñaron los Gráficos sobre esos primeros años de tanta petulancia futbolística.
Nací en 1975, necesité encontrar esas revistas deportivas para confirmarlo, imposibilitado de agarrarlo en primera persona.
Pero una vez resuelto ese dilema me subí a ese grito. Me subí con la sapiencia que tenemos cuando somos chicos y no perdemos tiempo en cuestionar; nos dejamos acorralar por la sorpresa y el amor termina no encontrando ningún atisbo de resistencia.
Un grito al que, entre muchos, ayudamos a construirle una coraza capaz de perforar la dureza del cemento y del tiempo.
Sobre todo del tiempo.
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